Cuida a sus tortugas con paciencia en la colonia Azteca
León, Guanajuato. |

Por las mañanas, cuando el sol empieza a entibiar los patios de la colonia Azteca, en León, la señora Alicia se toma su tiempo para realizar un ritual que ha repetido por casi dos décadas: saca a tomar el sol a sus más de 10 tortugas. Aunque solo sea media hora al día, lo hace con gusto. Es su forma de cuidar, de agradecer la vida que le han confiado—y que muchos otros desecharon.
Las tortugas no llegaron a su casa de un solo golpe. Han ido apareciendo a lo largo de los años. Algunas llegaron porque sus dueños ya no las quisieron, otras porque alguien las iba a tirar. Alicia, sin buscarlo, se convirtió en refugio. Y aunque admite que no tiene las condiciones ideales, les da lo que puede: tiempo, atención, cariño.
“Quiero darles la mejor calidad de vida que se pueda”, dice, sin dramatismos, mientras observa a sus pequeñas compañeras extender el cuello y cerrar los ojos bajo el sol. A lo largo del tiempo, algunas tortugas llevan con ella un año, otras tres, ocho, diez. La más longeva tiene 18 años a su lado. Dieciocho años de baños de sol, de cuidados nocturnos, de secarse juntas cada noche.

Porque sí: ninguna de ellas duerme en agua. Alicia las saca con paciencia, las limpia una por una, y las acomoda sobre toallas secas que guarda exclusivamente para ellas. Las observa mientras se acurrucan, cada una en su rincón de tela, como si supieran que ese espacio es suyo. Que no están solas.
Las dos más recientes llegaron hace un par de años. Como las demás, venían de manos que ya no podían o querían cuidarlas. Aquí encontraron otra cosa. Tal vez no una pecera de lujo o una charca perfecta, pero sí a alguien que las respeta, que entiende sus tiempos y sus silencios.

En un rincón de la ciudad, entre toallas, sol y una paciencia infinita, Alicia cuida de lo que otros dejaron atrás. Porque, como ella misma dice, “aunque sé que no están en las mejores condiciones, yo hago lo posible por darles una mejor vida.”
